La encrucijada de León: entre el envejecimiento y la reindustrialización
El futuro de León se debate actualmente entre dos fuerzas contrapuestas: el inexorable avance del envejecimiento poblacional y la necesidad urgente de una reindustrialización que revitalice nuestra economía. Los datos son alarmantes y las perspectivas, sin un cambio de rumbo, poco halagüeñas. León forma parte de ese grupo de provincias del noroeste español —junto con Zamora, Salamanca, Asturias, Lugo y Orense— que constituyen el epicentro de lo que se ha denominado "la España vaciada". Las proyecciones demográficas son contundentes: para 2050, estas provincias figurarán entre las regiones más envejecidas de toda Europa, con edades medianas que superarán los 62 años en casos como el de Zamora.
Los datos actuales ya son preocupantes. En León, la edad mediana ronda los 49 años, con un porcentaje de población mayor de 65 años que se acerca al 28%. El índice de envejecimiento —que mide la relación entre mayores de 65 y menores de 15 años— está entre 200 y 240, lo que significa que por cada joven menor de 15 años hay más de dos personas mayores de 65. Este desequilibrio demográfico es el resultado de la combinación de tres factores principales: una tasa de natalidad extremadamente baja (entre 5 y 6 nacimientos por cada mil habitantes), una alta esperanza de vida (que supera los 83 años) y, quizás lo más preocupante, una emigración constante de jóvenes hacia otras provincias o al extranjero.
El círculo vicioso de la emigración
Aquí radica uno de los problemas fundamentales que enfrenta nuestra provincia: la falta de oportunidades laborales obliga a nuestros jóvenes, muchos de ellos altamente cualificados, a buscar su futuro profesional lejos de su tierra. Como señalan algunos analistas locales, hemos construido un modelo económico y social perverso: enviamos a nuestros hijos a trabajar en empresas que están lejos; enviamos nuestro ahorro para financiar esas mismas empresas lejanas; y finalmente compramos los productos que fabrican esas empresas donde trabajan nuestros hijos y que financiamos con nuestro dinero. Es un círculo vicioso que nos empobrece como provincia y condena a nuestros jóvenes al desarraigo. La sociedad leonesa, en palabras de algunos críticos, "no cree en sus hijos" ni "se fía de sus empresarios", lo que nos ha llevado a esta situación de declive continuado.
El envejecimiento acelerado de León tiene implicaciones profundas en diversos ámbitos. La presión sobre el sistema de pensiones aumenta, con una relación entre cotizantes y pensionistas que se aproxima peligrosamente a 1:1. Numerosos núcleos rurales han quedado abandonados o con poblaciones mínimas, dificultando la prestación de servicios básicos. En el plano económico, la escasez de población activa limita el crecimiento, situando nuestro PIB per cápita por debajo de la media nacional. Además, las necesidades se orientan cada vez más hacia infraestructuras para la tercera edad, en detrimento de servicios para jóvenes, lo que perpetúa el problema.
El camino hacia la reindustrialización
Frente a este panorama, la reindustrialización de León emerge como una necesidad inaplazable. No se trata simplemente de un cambio económico, sino de una transformación en la mentalidad colectiva. Como sociedad, debemos recuperar la confianza en nuestros jóvenes y en nuestro tejido empresarial. Para lograrlo, es necesario actuar en múltiples frentes: promover el desarrollo económico local, mejorar las infraestructuras (especialmente las digitales para facilitar el teletrabajo), implementar políticas de apoyo familiar, fortalecer los servicios públicos y crear programas específicos para atraer y retener talento.
La batalla por el futuro de León no está perdida, pero requiere de un cambio de actitud colectivo. Nos enfrentamos a un desafío que requiere cambiar nuestra mentalidad colectiva. Transformar la actitud de la sociedad leonesa es ahora nuestro principal objetivo. Esta guerra la libraremos no con armas convencionales, sino con determinación, innovación y, sobre todo, con la convicción de que nuestros jóvenes merecen la oportunidad de construir su futuro en su tierra.
Los leoneses, caracterizados históricamente por su carácter precavido pero resolutivo cuando la situación lo requiere, debemos abandonar esa actitud de observación pasiva y enfrentar este desafío con determinación. Ha llegado el momento de creer en nuestros hijos, en nuestros empresarios y en nuestra capacidad para revertir esta situación. La reindustrialización de León no es solo un desafío económico, es un imperativo moral para asegurar que las generaciones futuras puedan desarrollar su proyecto vital en la tierra que los vio nacer.
Cuando nos encontremos con esas voces fatalistas que abundan en nuestra sociedad, deberíamos plantearles un simple ejercicio: que miren a los ojos de sus hijos, o a los hijos de sus amigos, y les digan directamente que no creen en ellos, que no se fían de su capacidad y que no gastarán ni una gota de energía para ayudarles a construir su futuro aquí. Que les digan que se marchen a Alemania o a cualquier otra parte. Y después, que hagan lo mismo con los empresarios locales que conocen, esos que se dejan la piel cada día para mantener sus negocios a flote y pagar nóminas. Que les digan a la cara que no confían en ellos y que por eso prefieren invertir su dinero en empresas extranjeras.
Más allá de las falsas soluciones
Resulta paradójico que, mientras afrontamos este grave deterioro demográfico y económico, parte de las energías colectivas se dispersen en debates estériles sobre identidades y reivindicaciones de carácter nacionalista. El leonesismo, en su vertiente más política, ha caído frecuentemente en la tentación de buscar en "otros" —sea Valladolid, Madrid o Bruselas— la causa exclusiva de nuestros problemas y, por ende, la solución mágica a los mismos. Se nos propone que un cambio en la estructura institucional, casi como bálsamo de Fierabrás, resolverá nuestros males endémicos. Sin embargo, la realidad es que estos planteamientos parecen servir más para asegurar el futuro de ciertos políticos que no concitan la confianza suficiente para representar efectivamente a los leoneses, que para abordar los problemas reales de nuestra tierra.
Igualmente, cuestionable resulta el comportamiento de algunos sindicatos y políticos en dos escenarios recurrentes. Primero, ante cada cierre empresarial o recorte, se limitan a exigir soluciones a instancias ajenas, como si la responsabilidad de nuestro desarrollo económico recayera exclusivamente en otros, nunca en nosotros mismos. Segundo, y más preocupante aún, cuando convocan manifestaciones por la situación general de la provincia, estas movilizaciones desembocan invariablemente en la creación de nuevos foros o mesas de discusión. En estos espacios, los mismos convocantes que clamaban en las calles se limitan a exigir soluciones al resto de participantes, sin aportar propuestas concretas por su parte. Tras meses de reuniones infructuosas, la mesa certifica su inutilidad, permitiendo a estos actores denunciar la falta de avances y convocar nuevas manifestaciones que reinician el ciclo. Este movimiento perpetuo mantiene a los leoneses atrapados en una ensoñación: la idea de que las soluciones siempre deben provenir de otros. Tales dinámicas, más allá de su efectividad mediática momentánea, refuerzan una mentalidad de dependencia que nos aleja de la verdadera solución: creer en nuestra propia capacidad para generar riqueza y oportunidades.
El momento de actuar es ahora. No podemos permitirnos el lujo de esperar a que otros resuelvan nuestros problemas. El futuro de León depende de nuestra capacidad para reinventarnos, para creer en nosotros mismos y para construir una economía que permita a nuestros jóvenes quedarse. Y ese futuro comienza hoy, con cada decisión que tomamos como individuos y como sociedad. Es hora de romper el círculo vicioso y comenzar a escribir una nueva historia para León. Una historia en la que el talento no se exporte, sino que florezca en nuestra tierra. Es hora de actuar, asumiendo nuestra propia responsabilidad y dejando atrás tanto las quimeras identitarias como la dependencia de salvadores externos.