"Ser hermano marista es entregar la vida por los demás y encontrar en ello la felicidad"
En Valdevimbre, entre bodegas, viñedos y tradiciones, nació hace 63 años Adolfo Prieto Arenal, aunque en León todos lo conocen como Fito. Su historia es la de un leonés que ha sabido conjugar sus raíces rurales con una vocación religiosa centrada en la educación, el servicio y la vida comunitaria.
"La infancia fue un tiempo de escuela, juegos y ayuda en las tareas de campo desde bien pequeño", recuerda. De aquella época conserva el cariño por las fiestas de San Blas en febrero, el reparto de los "cotinos", cuidar a las vacas por turnos, la época de la vendimia y la de trillar en la era. Todo formaba parte de un ciclo vital que enseñaba a compartir, a trabajar y a celebrar. "Los juegos rotativos después de la escuela eran lo mejor del día", dice.
Entorno marista desde la infancia
Fito creció en un entorno donde los maristas eran figuras cercanas y admiradas: "En mi pueblo había seis maristas, y dos de ellos eran mi primo y mi tío".
A los once años ingresó como interno en el colegio Marista Champagnat, y poco a poco fue descubriendo que su camino también podía ir por ahí. Durante el bachillerato en Tui empezó a dar catequesis, y en COU, ya en La Coruña, sintió que su vocación era firme: "Me gustaba la educación de niños y jóvenes y era una forma de transmitir el Evangelio de Jesús con el carisma de Champagnat".
La importancia de la vida en comunidad
Desde entonces ha vivido en distintas comunidades maristas: La Coruña, Ourense, Oviedo y León. En cada lugar ha dejado una huella discreta pero profunda, implicado en clases de Religión, en movimientos juveniles como MarCha, en scouts, en voluntariados de verano y, sobre todo, en el acompañamiento cercano a los jóvenes. "La vida comunitaria ha sido fundamental. Me ha enseñado a convivir, a compartir y a sostenerme en momentos difíciles".
La espiritualidad de Fito también ha evolucionado con el tiempo: "Desde la fe infantil hasta ahora ha habido varios cambios. Al principio era una fe heredada, y ha ido madurando hasta convertirse en una opción personal por Jesús de Nazaret".
Como en todo camino largo, ha habido momentos duros. Le pesan especialmente los cambios de comunidad y de colegio, y recuerda con dolor el asesinato de cuatro hermanos maristas en Zaire, que lo marcó profundamente.
Hoy sigue comprometido con la misión marista en León. Participa en la vida del colegio, forma parte de la comunidad y colabora en la obra social de Las Ventas, un proyecto que ofrece apoyo escolar a niños de la zona. Para él, ser marista es "estar atento a la necesidad de las personas, bajo la mirada de María".
Sus dos pasiones: los sombreros y las plantas
Su día a día se reparte entre oración, clases, reuniones y vida comunitaria. Tiene dos pasiones personales que le dan un toque especial: cuidar las plantas del colegio y su variada colección de sombreros, que no duda en usar en celebraciones y fiestas. Pequeños detalles que hablan de su carácter alegre, cercano y sencillo.
Tres valores fundamentales en su vida
Fito vive con tres valores muy claros: "trabajo, presencia y vida de familia". Los pone en práctica cada día. Y mira al futuro con esperanza: desea una vida marista más compartida entre hermanos y laicos, revitalizar la asociación de antiguos alumnos y seguir inspirándose en la figura de María y de Marcelino Champagnat.
A los jóvenes leoneses les lanza un mensaje claro y directo, nacido de su experiencia: "Vive fraternalmente con todas las personas. Mira, de vez en cuando, en tu interior. Proponte hacer voluntariado y sé agradecido por la vida que tienes".
Y si pudiera hablar con aquel adolescente que un día decidió ser hermano marista, le repetiría, con total convicción: "Merece la pena. Entregar la vida por los demás, comprometerse con causas complicadas y vivir en comunidad… así encontrarás la felicidad".