El tesoro de León: el vino de mil años
En el corazón de León, tras los gruesos muros de la Real Colegiata Basílica de San Isidoro, late un secreto que ha sobrevivido al paso de los siglos, las guerras y los cambios de era. No se trata de un relicario ni de un manuscrito iluminado, sino de una barrica de vino milenario, tal vez la más antigua del mundo. Un tesoro que reposa en las sombras, alejado de miradas y de focos, accesible solo una vez al año y para unos pocos privilegiados.
"Jamás se ha comentado el lugar de la estancia, permanece en secreto y así seguirá siendo", afirman desde el interior del templo. Y es que encontrar esta barrica de roble centenaria es tan improbable como inesperado. El acceso a su estancia está protegido por dos puertas contiguas, de madera y hierro, ambas con doble cerrojo cuyas llaves custodian dos personas distintas: el abad de turno y el administrador del templo. No hay posibilidad de acceder por error o por azar. El misterio es absoluto.
Solo una fecha en el calendario rompe el silencio de este vino: el Jueves Santo. Ese día, y solo ese día, se abre la estancia para que seis clérigos prueben el vino —"medio litro más o menos", según dicta la tradición— y reemplacen la cantidad consumida con el doble. ¿La razón? "El roble se impregna", explican. Parte del vino se evapora o es absorbido por la madera, como si el propio recipiente formara parte del rito.
Un vino que no es vino
Quienes han tenido el privilegio de probar este líquido coinciden en algo: no es vino al uso. "Fuerte y algo dulce, con un sabor como el mejor coñac", dicen quienes lo han catado. El fotógrafo leonés Fernando Rubio, uno de los pocos laicos que lo ha probado, lo resume así: "Tuve la oportunidad de probar ese vino cuando Antonio Viñayo estaba al frente de San Isidoro, y no solo en una ocasión. Y lo que puedo decir es que en ningún momento se nos reveló dónde estaba la barrica. Es algo que se mantiene en secreto y que hay que respetar".
Rubio añade: “Haber probado ese vino es un gran privilegio. Quizá en el momento no se valora tanto, pero luego te das cuenta de la relevancia que tiene”.
Incluso el rey Alfonso XIII, cuando visitó el templo, se negó a catarlo al no ser el día establecido por la tradición.
De monjes a custodios del tiempo
La historia de este vino arranca en el siglo XI, cuando los monjes del monasterio cultivaban la tierra y elaboraban vino para el sustento de la comunidad. Según la leyenda, fue Santo Martino de León quien llenó la barrica original con “once cántaros de vino”, unos 176 litros de aquel primer mosto bendecido por el tiempo. Hoy, solo una de aquellas barricas sobrevive. Y su contenido, casi licor, ha cruzado mil años de historia.
El vino más exclusivo (y desconocido)
A diferencia del Cáliz de Doña Urraca —identificado por algunos estudios como el verdadero Santo Grial y que se muestra tras cristal blindado en el museo del templo—, este vino no se exhibe ni se promociona. Es un ritual íntimo, protegido, que ha permanecido al margen del turismo y de la fama.
"Un coñac con gran solera", lo han descrito algunos. “Por la madre que tiene”, dicen otros, en referencia al poso que lo convierte en un elixir. Políticos como Juan José Lucas, Esperanza Aguirre o el propio Manuel Fraga han saboreado su densidad y misterio. Pero siempre en silencio, con respeto y sin cámaras.
Entre sombras y reliquias
La barrica milenaria ha sobrevivido a todo: desde las tropas napoleónicas —que saquearon el templo pero no encontraron su escondite— hasta el paso del tiempo, que parece rendirse ante su presencia. No ha sido movida, ni restaurada, ni tocada más que por quienes conocen el ritual y la fecha. Un secreto líquido en el corazón de León, que sigue fluyendo año tras año, sorbo tras sorbo, como si el tiempo también bebiera de él.