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La cultura política leonesa y la berciana

Ya sé, estimados lectores, que los politólogos nos inventamos una jerga para justificar que la política sea una ciencia, no un pasatiempo con el que tocarle la moral a la ciudadanía...

Ya sé, estimados lectores, que los politólogos nos inventamos una jerga para justificar que la política sea una ciencia, no un pasatiempo con el que tocarle la moral a la ciudadanía. Al menos tratamos de reconducir que el comportamiento político sea algo más que intereses particulares y capricho de los políticos profesionales. 

Hace cincuenta años se inventó un concepto para intentar superar el de ideología. Parece que las ideologías nos enfrentan a todos y marcar líneas rojísimas que no pueden cruzarse entre grupos con ideas distintas. En la medida en la que las ideologías están hechas precisamente con ideas, quedan reducidas a pequeños grupos porque, reconozcámoslo abiertamente, la mayoría de la gente no se mueve con ideas racionales y habiendo reflexionado sesudamente. Por el contrario, ustedes y yo tenemos la sensación de que a veces unos políticos nos caen bien sin que hayamos esperado a ver lo que nos proponen y otros, como si nos estuvieran pegando patadas constantemente. 

En nuestras inclinaciones políticas, las de los ciudadanos de a pie, no todo son ideas. Hay muchas más creencias, pues son compartidas con la familia o con los amigos, heredadas del ambiente, asumidas por lo que nos cuentan los medios de comunicación o amplificadas por las redes sociales. Lo de meditar todo no sucede más por los libros de Platón y Aristóteles, pero desde los romanos hasta hoy es más fácil que nos arrojemos opiniones, que no tienen necesidad de justificarse, que ideas contrastadas en el debate.

Estarán pensando ustedes que si les estoy soltando una chapa de las que les doy a mis alumnos, pero no. Es un preámbulo para indicarles que desde los años 60 se cree que la cultura política es la predisposición psicológica que tenemos hacia determinados políticos, partidos, gobiernos y demás objetos políticos. En la medida en que es predisposición psicológica entran en juegos factores emocionales, sentimentales, compartidos o heredados y a veces hasta viscerales. 

Si uno se inclina a pensar que sacando a León de la actual Comunidad Autónoma como por arte de ensalmo al día siguiente se habrán resuelto todos los problemas de su estructura económica, el envejecimiento de su población, la dispersión territorial, la falta de infraestructuras, la pérdida de los sectores productivos tradicionales o la necesidad de mejorar algunos servicios públicos, no hay nada que hacer debatiendo esto desde el punto de vista racional. Y no es que esto sea menos legítimo que ponerse a darle vueltas a la conformación territorial de la planta autonómica que tenemos. No es ni más ni menos legítimo, es simplemente distinto.

Tres ejemplos... o cuatro

Tampoco es que el leonesismo o el bercianismo hayan renunciado al debate teórico de las ideas y se habían entregado a la mística de los sentimientos, los pendones, las tradiciones, el tamboril o las gaitas, porque en mi opinión tanto el leonesismo como el bercianismo son plenamente ideologías, igual de respetables que el conservadurismo, el liberalismo o el socialismo. Lo que digo es que operan a distintos niveles, lo que no está de más recordar en estos momentos de tanto mareo.

Déjenme que les ponga algunos ejemplos a ver si le suena el denominador común. 

Uno: se aprueba para la ULE el grado en Nutrición y Dietética para implantar en el Campus de Ponferrada y algunos profesores leoneses deciden conjurarse a ver si en una votación consiguen que en lugar de darse las clases en Ponferrada se vayan al Campus de Vegazana. Y les sale mal por la firmeza del equipo rectoral de cumplir sus compromisos con El Bierzo. Pero vamos, por intentarlo, que no quede, para qué más carreras en Ponferrada pudiendo ponerse en León. 

Dos: otros, utilizando argumentos curiosamente idénticos a los que esgrimen en Valladolid y Salamanca para decir que no es necesario descentralizar los estudios de Medicina en León, quieren que se impartan todas las clases en León y ninguna en Ponferrada a lo largo de todo el grado. Que si mejor concentrar para consolidar y más adelante ya se verá. Yo en esto confío en la rectora, que dicho sea de paso, no es la mía, por si alguien cree que es peloteo. 

Tres: después de que en toda una vida se hayan hecho los exámenes de conducir en Ponferrada, alguien decide que es mejor cerrar estas instalaciones y que los miles de bercianos que se examinan del carnet de conducir tengan que ir a León para algo tan simple y que había venido haciéndose tradicionalmente en Ponferrada. Bronca monumental y el ayuntamiento de Ponferrada al quite.

Y en la que nos vamos a ver inmersos ya, la cuarta: que después de décadas de tener el Instituto de Medicina Legal en Ponferrada, con los servicios forenses que el número de juzgados y asuntos que se ven en Ponferrada requieren, alguien decida que mejor estas cosas en León que en Ponferrada. A ver qué dicen en León en estos próximos días al respecto. Ya me gustaría sentir la solidaridad que nunca termina de expresarse en voz alta.

¿Cuál les parece el denominador común precisamente en momentos en los que se reitera lo de fortalecer León? Y algunos nos preguntamos, pero ¿a costa de qué? Cuando oigo algunas propuestas de ganar autonomía para León, no puedo dejar de prevenirme sobre cuánto de esas nuevas funciones van a suponer un impacto negativo en el territorio provincial. Sobre todo, porque los ejemplos que he puesto no implican tener que renunciar a nuevos servicios que pudieran prestarse en Ponferrada en el futuro, sino verse privado de lo que efectivamente ya se hace, a mayor gloria del centralismo leonés, que también existe y es igual de malo que todos los centralismos. 

El Manzanal y las barreras

Por eso el esfuerzo que están haciendo algunos leonesistas para marcar menos barreras a la altura del Manzanal sería imprescindible para lograr una visión más equilibrada de lo leonés que no puede ser sólo lo de la capital y su alfoz. Y de paso, quizás algún susurro para esos alegres muchachotes aficionados a la Cultural que cuando vienen a Ponferrada se dedican a insultar a gritos por las calles cual hooligans mamados ingleses, incluso a los que nunca vamos al fútbol contribuiría a relajar el sentimiento de rechazo a lo que se percibe como soberbia leonesa capitalina.

El alcalde y los afanes leonesistas

Ahora bien, no sé si eso es posible hacerlo desde el Ayuntamiento de León, salvo con grave extralimitación de la capacidad decisoria de otros ayuntamientos. Por eso, que en Ponferrada levanten tantas suspicacias los afanes leonesistas del alcalde de León no supone una duda de su sinceridad, pensando que es estrategia de supervivencia en su partido y en su Ayuntamiento, sino sospecha de parcialidad, salvo que consiga convencer a todos de que el desarrollo que desea, lo quiere para otros municipios que él no preside. 

No es de extrañar, en consecuencia, la actitud más recelosa que suspicaz del alcalde de Ponferrada. Sería una estrategia genial si se tratara de que el Partido Socialista se quedara con muchos de los impulsos -léase los votos- leonesistas en León y el Partido Popular de los bercianistas que se acercan al alcalde de León en el municipio de Ponferrada. Pero mucho me temo que no se trata de una estrategia, como tantas cosas que se hacen en esta provincia, en la que se convocan mesas, encuentros y zarandajas por el estilo para prometer reactivación industrial y puestos de trabajo que todavía se esperan. Mientras, a ver si un vuela el Instituto de Medicina Legal de Ponferrada para engordar el de León. Y si eso, ya seguimos hablando.