'Dolores que son promesas'

El Viernes de Dolores en León es una celebración que trasciende a la propia procesión de fe, aflorando los sentimientos de un barrio que espera paciente y en silencio, igual que la Madre Coronada, que llegue el momento.

“La Morenica”, -que así la describía el cronista Cayón Waldaliso, se erige siempre y en su salida procesional como un símbolo de tradición y León lo sabe. Cuando aún no es Semana Santa, ya es Semana Santa. La devoción une a los “Mozos del Mercado”, a las ofrecidas y los vecinos entre el “tañido de campanas y la marea cera blanca”.

La devoción por la “Virgen de todos los leoneses” se siente cuando sale de calle Herreros. Un recordatorio de nuestras raíces y de lo que nos une. 

En cada una de sus paradas, -como la emotiva visita a las Madres Carbajalas- hay una promesa y ruego de intersección a la Madre ante su hijo de los que piden salud y fortuna para la tierra. Una plegaria donde lo popular y lo espiritual se entrelazan en perfecta armonía. Un reencuentro con la fe, con la infancia y con los que ya no están.
Mirada serena y maternal de la Reina y Madre a sus hijos, a sus “Mozos” y a quienes agradecen los favores concedidos.

Estarán los de siempre en el lugar de siempre. Estará María, a la que la Virgen le ha regalado noventa largos años de cera a su vera en un viernes único entre los viernes del año. Estará y no estará sola porque a su alrededor se escribe la historia mas intima de cuantas en esta ciudad de devoción mariana pudieran contarse. 

Cada año, cuando se anuncia la primavera y el incienso empieza a perfumar las calles, los mozos del Mercado se preparan para el día de su calendario: el Viernes de Dolores. 

Desde primeras horas, los mozos esperan con emoción contenida, porque no se trata de pujar, se trata de sentir, de rezar cantando. Se trata de amar, creer y vivir. Promesas que son dolores. Dolores que son promesas.

Ella, llena la calle y la plaza entre el silencio, las miradas, las suplicas y las lágrimas. No faltéis. Ella lo sabe.