Europa no era esto

Es complicado darle forma a lo que pienso. Con tanta información maquiavélica contextualizada de acuerdo con su origen, resulta muy complejo aventurarse a obedecer normas que algunos quieren convertir en rutinas. Lo del kit de supervivencia que nos llega desde Europa, como antes llegaron los fondos de cohesión, los planes Urban o los Feder, suena a un ardid que nos insufle angustia en vena, que nos haga amedrentarnos para llevarnos donde quieren.
Pretendo entender que las circunstancias no son provocadas, que todo tiene un plan sistemático para hacernos no perder la linde, para encontrar sucesos entre el desconsuelo que busca sombra a nuestra vera. El miedo toma forma y se convierte en una ofensa que nos defiende de la vida, una puerta a la comunicación que no queremos escuchar, una luz mortecina que coge fuerza en las esquinas sin costuras de ese silencio que nos marca el camino, como en el Londres victoriano de las películas, entre penumbras. Porque, como en un presente saciado de condiciones, callamos para investigar el porqué de un transistor de onda media, de agua, un botiquín y demás parafernalia.
Y hacemos callar a esa parte que sale de dentro y busca realizar un ejercicio de subsistencia moral. No sé, quizás sería mejor quitarnos directamente pulsaciones para vivir escondidos, sin el ritmo ni la intensidad para paladear nuestro tiempo en estos días que no sirven para hacer balance porque la cuestión es hacernos evitar la odisea de ser felices. Nos quieren imaginar en estados apocalípticos, supongo.
Creo que desean que aprendamos a vivir entre la alerta y el pánico de las noticias, que entremos en refugios desafectos donde vivamos solapados a una clandestinidad que nos dirija a una cobardía con causa, pero enganchados a las pilas alcalinas de la radio como ahora hacemos a las pantallas. Tal vez para engañarnos o para hacernos starlettes de la mentira guionizada. En la actualidad, al final, somos eso, verbos copulativos exigiendo protección propia y prevención de lo ajeno sin hacernos a la idea de encontrar equilibrio en el perfil con el que nos buscan los políticos de turno en sus privilegios, esos remansos donde se devalúa la condición humana para flotar entre concesiones.
A mí, me cuesta, os lo aseguro. Leo la prensa, escucho las noticias, curioseo en rrss y todo me lleva a una decadencia del presente que intento asociar al fin de una época, a una etapa social que languidece entre ideologías modernas donde lo material, en forma de aranceles ideológicos, es el cimiento de la historia. Es posible que los modelos hayan sufrido una mutación donde las costumbres ya solo sufran desmentidos.
Y estamos agotados, casi desfallecidos. Nos alcanza tanto daño con tan poco que el riesgo hace equilibrios entre la realidad y su fábula porque el relato tiene prioridades, entre ellas, saber contarlo, que nos llegue. No sólo es un estuche de materiales urgentes, son urgencias que contrarresten un drama donde el decorado deja pocas ideas hermosas y lugares con tregua. Pero tendremos que esperar porque Europa, la que nos colocaron en el mostrador, no era esto.