Con el nombre de las madres

Fue un día, una fecha, pero podría ser la vida entera. Es más, lo es. Podría, o pudo, nacer entre suposiciones, entre trincheras donde la igualdad alcanzaba su testimonio y solo buscaba simetría social, justicia en lo cotidiano, equidad en talento y esfuerzo por encima de unos genitales que han sido el sujeto de las frases escritas en siglos de historia, como preceptos.
Ceñidas las pruebas a la narrativa de este marzo, a un octavo día de ese calendario que pasa en violeta, que inunda las calles, los colegios, las carteleras mostrando la vida que se asoma a la divinidad o al precipicio, a la resistencia o al fracaso, a la perspectiva de otros -en masculino- que deciden en el pedestal moral de una decencia que sufre atrofia hegemónica. El 8-M es eso, aunque, en condiciones normales, no debería ser nada, con una existencia lastrada en el argumento de la supremacía del macho y sus circunstancias.
Escribo ahora, reflejado en la distancia de su paso, con la perspectiva de quienes protagonizaron hace una semana una vindicación de su trayecto vital, de las que exigieron imparcialidad diaria, rima consonante en su agenda de tareas, amplitud de lecturas necesarias para los que llegan detrás, en el rebufo de su legado.
Y entonces, en esta pausa, sospecho que mi madre, en edad ya donde la memoria nunca busca resentirse, no alcanza a comprender el futuro que llevan otras como ella a las que sus relatos han hecho que se observe por el retrovisor de los años un itinerario que ya tuvo señales que de poco sirvieron. No es cuestión de releer biografías de pioneras, epopeyas que deberían ser mundanas, hábitos que debieron ser ordinarios, no, es un problema de hechos demostrados, siempre lo ha sido. La teoría debió ser escrita, reescrita, grabada en piedra o en las cortezas de los árboles, pero quedó ahí. Y el problema ahora es el signo, la idea, el principio o la duda de quienes nos dirigen. Y ellos, y también ellas, tuvieron mujeres marcando un camino ante el cual ahora no se puede cerrar los ojos, ni siquiera guiñarlos.
Regreso a las madres. No sé si en su derrota de entonces hubo romanticismo, dicen que siempre lo hay, aunque dudo que en la victoria de algunas, haya muchas que se sientan parte del himno, de una voz sostenida que han querido gritar, de un credo que han querido transmitir. Muchas veces, como aquí, lo mejor es lo contrario de lo bueno.
Por eso, evitemos que la culpa se herede, no pasemos de puntillas para no dejar huella en el camino. Tengámonos todos en cuenta y exijamos una exposición común de los actos, sin gestas ni canguelos. Algunos ignoran que muchos se repartieron las prisas, y a ellas les quedó el reloj, las agujas en su rutina que buscaban los hitos de otras donde se sintieron y sienten parte, donde la queja y el grito sea una aventura que nos pueda hacer mejores, pero a todos, no solo a ellas, que no lo necesitan porque ya lo son.