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365 leoneses | Antonina Robles, abuela

"No quería vivir en León y ahora casi no quiero volver al pueblo, a Corbillos"

96 años de historias, de grandes alegrías, pero también alguna tristeza, Antonina relata, brevemente, algunos de los grandes acontecimientos de sus casi cien años de vida
Antonina Robles.
Antonina Robles.

Casi cien años dan para mucho. El mundo ha cambiado totalmente desde aquel 1929, hace ya casi un siglo, en el que Antonina Robles nació. “Bajábamos andando a León, o en burra, entonces el Portillo era solo una cuesta, no había carreteras”, comenta.

La guerra, la posguerra, la vida en el pueblo, en la montaña y la mudanza a la ‘gran’ ciudad. Su vida ayudando en casa, en el campo, vendiendo en la plaza, sus labores como hija, esposa, madre y abuela. 96 años dan para mucho, “si me pongo a contar, tengo mil historias”.

La posguerra, rumbo a la montaña

Antonina aún recuerda la Guerra Civil, “tenía siete años y recuerdo que los ‘rojos’ se escondían en las Lomas. Teníamos miedo que bajasen, porque vivíamos en la primera casa de Corbillos”.

“Queríamos marcharnos a vivir a un pueblo, para que no nos cogieran los ‘rojos’, a Santa Olaja, y estábamos contentas”, continúa Antonina, “al final nos quedamos y yo me fui a dormir para casa de la abuela, de mi abuela, por el miedo”.
Así comienzan sus recuerdos. La vida en el pueblo era muy humilde, pero muy comunitaria, todos se conocían, más en un sitio “tan pequeño como Corbillos”, además, “todos éramos familia, mi abuelo tenía tres hijos y se casó con mi abuela y tuvieron otros cinco, y cada uno de ellos tuvo ocho hijos. Mira los primos que éramos”, recuerda.

Cuando acabó la guerra, Antonina acababa de cumplir diez años. “Después de la guerra, no había qué comer, ni vestidos, no se podía ir a los comercios, no te vendían nada”, relata, “de las colchas de casa te hacían vestidos y de sacos, de los sacos batas”.

La situación precaria de una época de escasez como la posguerra, llevó al padre de Antonina a irse, junto a toda su familia, a las minas, a Orzonaga. “Nos llevaron a todos. En un principio, a mí me dejaron con la abuela y un tío soltero, pero el tío me mandó ir con las vacas y se me escaparon, me riñó y estuve toda la tarde llorando. Y una vez que mi vino mi madre de la montaña, me fui con ellos”.

De su época en la montaña, Antonina recuerda descubrir el tren, algo que a día de hoy resulta tan común pero que, por aquel entonces, solo lo conocían unos pocos ‘privilegiados’. 

“Vivimos dos años en Orzonaga, mientras mi padre trabajaba en la mina, y luego otros dos años en Santa Lucía, trabajando en los trenes”, de aquella época, Antonina tiene grandes recuerdos. Haber conocido el tren, llevar la cena a su padre cuando trabajaba en Santa Lucía, “me encantaba”, y acudir junto a sus hermanos, a la llegada de los viajeros, “con cántaros de agua, para darles de beber y que nos dieran la propina”, asegura divertida.

Tejiendo en Corbillos.
Tejiendo en Corbillos.

Regreso a la Sobarriba

Una vez la situación general se tranquilizó, la familia al completo regresó a su Corbillos natal. Por aquel entonces, Antonina “tendría ya unos 14 años”.

De su juventud también tiene múltiples recuerdos, “íbamos a la escuela en Corbillos, éramos lo menos 40 entre todos”, asegura comparando las cifras con la actualidad, siendo hoy en día un pueblo que apenas llega a los 200 habitantes.
También recuerda ir al baile los domingos a Valdelafuente, “en el medio de la carretera se hacía baile, como no pasaban coches, en medio de la carretera bailando todos”.

Antonina detalla uno de los grandes cambios generacionales que ha vivido, en primera persona, con el paso de los años. Y es que, por aquel entonces, se empezaba a trabajar desde muy joven, aportando en casa, “mi padre tenía vacas de leche y con 17 años ya bajaba sola a León, a la Plaza Mayor, a vender leche con cántaros. Íbamos en potro. También iba al antiguo cuartel de la Guardia Civil a venderla” y continúa, “además teníamos gallinas, entonces vendía huevos y pollos en la plaza. Cuatro kilos cada pollo, les dejaba salir por una ‘gaterina’ que teníamos en casa, para que pudiesen comer en la era, así no tenía que darles de comer”.

En la puerta de su casa en Corbillos de la Sobarriba.
En la puerta de su casa en Corbillos de la Sobarriba.

Julián, su gran amor

“A los 23 años conocí a Julián. En un primer momento no me gustó”, relata Antonina de los comienzos de su historia de amor. Eran las fiestas de San Pedro en Puente Villarente, estaba junto a su hermana y una amiga y unos jóvenes de Paradilla, también de la Sobarriba, se acercaron a ellas, “me dejaron allí con él. Quedamos allí los dos, íbamos para aquí, íbamos para allí, no sabíamos por dónde ir. Yo no lo conocía”, detalla.

Las cosas fueron rápido, “no como ahora”, “después de aquel día, me dijo: “Bueno, pues para el domingo voy a verte", y dije yo: "Ay, pues si no sabe nadie en casa que tengo novio ni nada, ¿cómo vas a venir?”, y desde entonces, Julián comenzó a ir, en bicicleta, a verme. Llevaba una gabardina y una bufanda colorada y allí en corrillos no vestían así”. Y es que, aunque en un primer momento parecía no haberle gustado, a cualquier persona que Antonina preguntase, le hablaba bien de él. Ella no estaba segura, tenía 23 años y el 30, pero la diferencia de edad no fue un impedimento, “a los seis meses nos casamos”.

Antonina, junto a su marido, Julián, y sus cinco hijos (I-D: Charo, Marisa, Juanjo, Julián y Alfredo).
Antonina, junto a su marido, Julián, y sus cinco hijos (I-D: Charo, Marisa, Juanjo, Julián y Alfredo).

La boda se llevó a cabo el 1 de febrero de 1952, “había nevado y teníamos que ir en fila porque apenas podíamos pasar. Además, acababa de morir mi suegra 15 días antes, entonces la familia de Julián, que estaba de luto, no fue a la celebración”, asegura demostrando, una vez más, cómo todo ha cambiado, y continúa, “cenamos y dice mi madre: “Bueno, a ver cómo dormimos, que las camas hay que repartirlas”. A mí me metieron a dormir con ella y con la madrina y Julián durmió con mi hermano Benito”. 

Al principio, los recién casados vivieron en casa de la madre de Antonina, junto a todos los demás miembros de la familia, “éramos diez y él se convirtió en uno más. Por aquel entonces, te casabas y no sabías qué hacer después, no sabías a dónde ir”. Pasado un tiempo, el matrimonio se fue a vivir a “la casa del cura, pagábamos 70 céntimos, por allí pasaban todas las parejas jóvenes de Corbillos cuando se casaban, estábamos esperando a que se acabase de hacer nuestra casa”, explica, “allí nació Julián, mi primer hijo”.

Tras su matrimonio, la vida de Antonina fue la habitual de aquella época, “Julián trabajaba en León, cuando le conocí acababa de volver de la guerra y había encontrado trabajo en León, en el Almacén de Hierros Zarauza”, y ella se quedaba en casa, haciendo las labores y cuidando de sus hijos. “Tuve cinco, los cuatro primeros en casa, era lo común, pero Marisa ya nació en León, en el hospital”.

La vida era tranquila en Corbillos, pero Julián “iba todos los días a trabajar en bici y luego se compró una GAC, una moto, estaba cansado de pasar frío y me dijo: “Yo me voy a vivir a León, si queréis venir conmigo” y así fue cómo nos mudamos a la ciudad”.

Antonina junto a su marido, Julián.
Antonina junto a su marido, Julián.

Del pueblo a la ciudad

“No quería venir para acá, no quería”, pero finalmente Antonina se mudó a León junto a Julián y sus cinco hijos.

El comienzo en la ciudad fue complicado, “conseguimos, gracias a mi hermano Miro, un piso, pero era de renta libre y pagábamos 1700. Nosotros a lo mejor ganábamos 3000 y pagábamos 1700, a medio mes ya no nos quedaba nada”, además, Antonina detalla que, su familia de siete, vivía en un pequeño piso de dos habitaciones, vivienda en la que sigue aún a día de hoy.

“Íbamos al cine a San Francisco y allí no nos costaba nada, conocíamos al portero y nos dejaba pasar”, relata.

Y la vida siguió, mejorando, Antonina recuerda grandes momentos de su vida, las bodas de sus hijos, los nacimientos de sus nietos, grandes momentos junto a su familia. Los comienzos son complicados, pero con perseverancia y unión, Antonina y su familia lograron salir adelante.

Antonina en unas vacaciones en la playa, de luto tras el fallecimiento de su marido.
Antonina en unas vacaciones en la playa, de luto tras el fallecimiento de su marido.

La Orden Tercera, una salvación

Pero la vida dio un duro golpe a la familia en el 88. El fallecimiento de Julián dejó a todos desconsolados y Antonina, en búsqueda de apoyo y a través de una vecina, “me hice de la Orden Tercera de los Franciscanos, hace ya más de 30 años”.

Antonina en un viaje con el Imserso a Mallorca.
Antonina en un viaje con el Imserso a Mallorca.

Al principio, renegaba de incorporarse, “lo que me faltaba”, pero asegura que ha sido una de las grandes decisiones que ha podido tomar en su vida, “gracias a Dios, qué bien estuve, lo siento que ahora no puedo ir”. Y es que el apoyo recibido y la comunidad que constituyen los Terciarios, dieron a Antonina un nuevo motivo para seguir adelante en una época dura.

“Viajes, procesiones, toda la gente que conoces, alrededor del mundo. Recuerdo conocer a una terciaria en Lloret de Mar. Nosotros durante la misa, cuando damos la paz, decimos ‘paz y bien’, y me encontré con una mujer que me lo dijo. Cuando terminó la misa, me acerqué y le pregunté si era terciaria y afirmó. Conocí a gente buenísima, como hermanos”, relata Antonina de sus años como terciaria.

Pero no solo eso, “fui de viaje con los Franciscanos a Italia, durante diez días, qué bien lo pasamos. También he hecho muchos viajes con el Imserso, a Almería, a Galicia, a Mallorca”.

Pero uno de sus grandes recuerdos con la Orden Terciaria es, sin duda, las procesiones de Semana Santa. “Nosotros salíamos el Domingo de Ramos, en la procesión del ‘Daínos’, de la Sobarriba. Antiguamente, salían solo los de Corbillos, pero ahora ya van todos los de la Sobarriba. Es una procesión muy emotiva, vamos diciendo “Daínos seños buena muerte” y es que, en nuestra zona, se decía ‘daínos’ en lugar de danos”. Además, el paso es de la Orden, no de los Franciscanos, lo adornábamos con flores que nosotros mismos pagábamos con donativos”.

Antonina sigue siendo una gran fanática de la Semana Santa, pero sus 96 años ya no la permiten procesionar por las calles de León, aunque guarda en su memoria grandes recuerdos de esta emotiva época.

Estas son solo algunas historietas recortadas de una larga vida, casi cien años dan para mucho. Alegrías, tristezas, nacimientos, muertes, viajes, regresos. Todo cambia, pero Antonina se mantiene firme ante cualquier adversidad.

Desde el Heraldo de León, aprovechamos para felicitar a Antonina por su 96 cumpleaños, esperemos que sean muchos más.

Antonina brindando en Navidad.
Antonina brindando en Navidad.