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Europa sin ataduras

A pesar de los desafíos que enfrenta, Europa ha logrado avances significativos en áreas cruciales que debemos reconocer y potenciar...

A pesar de los desafíos que enfrenta, Europa ha logrado avances significativos en áreas cruciales que debemos reconocer y potenciar. En los últimos años, y especialmente tras las disrupciones causadas por la pandemia y el conflicto en Ucrania, la UE ha demostrado una notable capacidad de adaptación y resiliencia económica. 

La diversificación energética representa un éxito reciente: en solo dos años, Europa ha reducido drásticamente su dependencia del gas ruso, pasando del 40% al 8% del suministro total. Este logro, impensable anteriormente, se ha conseguido mediante la rápida expansión de infraestructuras de GNL, el aumento de interconexiones y una mayor cooperación entre estados miembros. 
En el ámbito de materias primas críticas, la Ley Europea de Materias Primas aprobada en 2023 ya está catalizando nuevos proyectos de extracción y procesamiento dentro del territorio europeo, reduciendo vulnerabilidades estratégicas. La iniciativa de chips europea, con inversiones previstas de 43.000 millones de euros, prepara el terreno para reducir nuestra dependencia en semiconductores, componente esencial para la economía digital. 

El programa de compras conjuntas de gas ha demostrado que la acción coordinada puede aumentar el poder negociador europeo, reduciendo precios y garantizando suministros. Este modelo podría extenderse a otras áreas estratégicas, desde materias primas hasta equipamiento militar. 

Europa también mantiene fortalezas notables en sectores de alto valor añadido como la industria química, la maquinaria de precisión, la industria aeroespacial y los productos farmacéuticos, donde nuestras empresas siguen siendo líderes mundiales. Estas industrias representan pilares sobre los que construir una economía más resiliente y competitiva. 

La UE cuenta además con un mercado interior de 450 millones de consumidores con alto poder adquisitivo, un sistema educativo que produce talento cualificado, infraestructuras de primera categoría y un marco institucional estable. Estos activos fundamentales, junto con nuestra tradición de innovación, constituyen la base sobre la que podemos construir una economía europea más dinámica y menos dependiente.

La reciente oleada de aranceles impuestos por Estados Unidos al comercio mundial, junto con las propuestas del asesor económico Stephen Miran sobre depreciación del dólar, tasas a reservas extranjeras y vinculación del comercio con la seguridad, nos obligan a reflexionar sobre el camino que Europa debería seguir. Mientras algunos proponen responder con medidas similares, conviene analizar si realmente los aranceles son la solución a nuestros problemas de competitividad o si existen alternativas más efectivas. 

El espejismo proteccionista y sus costes reales 

Cuando un gobierno aplica aranceles a productos extranjeros, son sus propios ciudadanos quienes terminan pagando la factura. Los recientes aranceles estadounidenses de 2025 aumentarán los precios al consumidor en ese país un 2,3%, costando a los hogares estadounidenses un promedio de 3.800 dólares anuales. El plan de Stephen Miran pretende compensar estos sobrecostes para los ciudadanos americanos mediante una deliberada devaluación del dólar, lo que supuestamente abarataría las exportaciones estadounidenses mientras encarece las importaciones. Esta combinación de aranceles y manipulación monetaria representa un doble golpe al sistema comercial internacional, y su subida artificial de precios golpearía especialmente a las familias con menos recursos tanto dentro como fuera de Estados Unidos. 

Las industrias supuestamente "protegidas" rara vez consiguen alcanzar la eficiencia necesaria para competir internacionalmente. Los aranceles estadounidenses sobre el acero y el aluminio son un claro ejemplo: para 2019 habían costado 75.000 empleos en empresas que utilizaban estos metales como insumos, mientras solo crearon 1.000 empleos en la producción de metales. 

El temor al déficit comercial suele ser el principal argumento para imponer aranceles. Sin embargo, este enfoque ignora una realidad económica fundamental: la especialización beneficia a todos los participantes. Un intercambio comercial saludable permite que cada región se centre en producir aquello en lo que es más eficiente. Este intercambio no representa una "pérdida" para Europa, sino un uso racional de los recursos globales. 

Los déficits comerciales no son intrínsecamente negativos y, a menudo, reflejan una economía fuerte con alta demanda de consumo e inversión. La relación entre déficit comercial, ahorro e inversión es compleja, y centrarse exclusivamente en reducirlo mediante aranceles puede perjudicar el bienestar económico general. 

Autonomía estratégica sin proteccionismo generalizado 

Existen, por supuesto, sectores estratégicos donde una dependencia excesiva de proveedores potencialmente hostiles representa un riesgo real. El control chino sobre el procesamiento de tierras raras como el neodimio —esencial para la fabricación de vehículos eléctricos— es un claro ejemplo. O practicas gubernamentales o salariales enfocadas a distorsionar el mercado contra las que hay que tomar medidas. 

La respuesta, sin embargo, no está en un proteccionismo generalizado que suba precios y reduzca opciones para los consumidores, sino en una autonomía estratégica inteligente. Esta autonomía no busca reemplazar al mercado, sino protegerlo en sectores clave mientras se eliminan barreras internas que frenan la iniciativa privada. Se trata de intervenir selectivamente donde existe un riesgo geopolítico real, mientras se liberalizan simultáneamente aquellos sectores no estratégicos para potenciar nuestra competitividad global. 

Europa debe diversificar sus relaciones comerciales para reducir dependencias excesivas de cualquier socio, ya sea Estados Unidos o China, creando nuevos vínculos con socios en Asia, Latinoamérica y África. Acuerdos estratégicos con Chile para el acceso al litio, Indonesia para el níquel o Marruecos para los fosfatos, combinados con tratados de inversión que garanticen estabilidad jurídica a largo plazo, pueden asegurar el suministro de materias primas críticas sin depender de proveedores potencialmente hostiles.
 
Al mismo tiempo, debemos desarrollar capacidades productivas europeas en sectores verdaderamente estratégicos —tecnología, energía, defensa— sin caer en la trampa de intentar producirlo todo localmente. El fomento de la extracción y procesamiento de materias primas críticas dentro de Europa, junto con alianzas estratégicas con países ricos en recursos, reducirá vulnerabilidades sin sacrificar la eficiencia económica.

Las verdaderas barreras a la competitividad europea 

El principal lastre para la competitividad de las empresas europeas no es la falta de protección arancelaria, sino el exceso de cargas internas que nosotros mismos nos hemos impuesto. Más del 60% de las empresas de la UE consideran que la regulación es un obstáculo significativo para la inversión. Miles de normas superpuestas, en ocasiones contradictorias y frecuentemente basadas en principios ideológicos más que en análisis coste-beneficio rigurosos, consumen tiempo y recursos que podrían destinarse a la innovación. 

Los costes energéticos son otro factor crítico que hemos agravado con políticas bienintencionadas, pero mal diseñadas. Los precios de la electricidad industrial en la UE fueron un 158% más altos que en Estados Unidos en 2023, y los precios mayoristas del gas fueron casi cinco veces más altos. Estas diferencias devastan la competitividad de industrias intensivas en energía y reflejan decisiones políticas que han priorizado objetivos medioambientales sin considerar adecuadamente sus efectos económicos. 

La fiscalidad excesiva también frena nuestro desarrollo. Los estudios indican que los impuestos sobre la renta de las sociedades tienen un impacto significativamente negativo en el crecimiento económico, y las altas tasas impositivas marginales sobre los individuos de altos ingresos disuaden la inversión y la innovación. Europa debe reconocer que la competencia fiscal global es una realidad, y que mantener niveles impositivos sustancialmente superiores a los de nuestros competidores nos coloca en desventaja. 

A esto se suma la fragmentación de nuestro mercado único. El comercio intra-UE se ha estancado en alrededor del 20% del PIB desde 2007, en comparación con más del 70% del comercio intra-EE. UU. Las barreras comerciales dentro de la UE podrían ser tan altas como un equivalente arancelario del 44% en promedio para el comercio de bienes. Eliminar estas barreras internas podría añadir 2,8 billones de euros al PIB europeo más allá de esta década, un potencial enorme que permanece desaprovechado mientras discutimos sobre aranceles externos. 

El reequilibrio de la política medioambiental europea 

Europa ha abrazado durante las últimas décadas una ambiciosa agenda medioambiental que, aunque bien intencionada y con potencial para generar liderazgo tecnológico a largo plazo, se ha implementado a un ritmo que compromete nuestra competitividad inmediata. Mientras competidores como Estados Unidos, China e India fijan objetivos climáticos más graduales o mantienen políticas industriales con menores restricciones, la UE se ha embarcado en una transición acelerada que nos coloca en desventaja competitiva a corto plazo, además de generar cargas impositivas que limitan nuestra producción y competitividad. 
El Pacto Verde Europeo, con su objetivo de reducción de emisiones del 55% para 2030, impone costes inmediatos significativos a nuestra industria. Si bien posiciona a Europa como líder mundial en sostenibilidad y puede crear ventajas competitivas futuras en tecnologías verdes, necesitamos un enfoque que equilibre mejor ambición climática y realidad económica. 

La prohibición de vehículos con motor de combustión para 2035 ejemplifica esta tensión: por un lado, ha impulsado la innovación en movilidad eléctrica y no ha logrado posicionar a los fabricantes europeos como lideres en este campo; por otro, una transición demasiado abrupta amenaza la cadena de valor existente y miles de empleos en un sector donde Europa tradicionalmente ha destacado. 

No se trata de renunciar al liderazgo medioambiental, sino de acompasar mejor el ritmo de la transición ecológica con nuestra competitividad industrial. Europa puede mantener su ambición climática adoptando un enfoque más flexible que: 

1.    Reconozca las tecnologías de transición y permita soluciones adaptadas a cada sector 
2.    Vincule los objetivos de reducción de emisiones a compromisos similares de nuestros competidores globales 
3.    Apoye decididamente a las industrias europeas durante la transición con recursos suficientes 
4.    Evalúe rigurosamente el impacto económico y competitivo de cada nueva regulación 

La política medioambiental europea debe evolucionar hacia un ejercicio de pragmatismo donde cada medida se evalúe no solo por su impacto ambiental sino también por su contribución al liderazgo tecnológico europeo y su efecto en nuestra competitividad global. 

Un programa europeo para la prosperidad y la autonomía estratégica 

Europa necesita un enfoque equilibrado que combine libertad económica con autonomía estratégica inteligente. En lugar de embarcarse en una guerra comercial, deberíamos centrarnos en simplificar radicalmente nuestro entorno regulatorio. El paquete ómnibus de la UE tiene como objetivo reducir las cargas administrativas en un 25% y en un 35% para las PYMES, pero se necesitan medidas más ambiciosas. 

Ante la estrategia deliberada de depreciación del dólar, que busca compensar el impacto de los aranceles en los consumidores estadounidenses a costa de generar inflación exportada al resto del mundo, el fortalecimiento del papel internacional del euro es ahora más urgente que nunca. Debemos acelerar la creación de instrumentos financieros denominados en euros, desarrollar un mercado de deuda europeo más profundo y promover el uso de nuestra moneda en el comercio internacional, especialmente en materias primas estratégicas. Esta desdolarización parcial de la economía europea no solo reducirá nuestra vulnerabilidad ante manipulaciones monetarias externas, sino que también limitará la capacidad de Washington para utilizar su moneda como arma económica. 

Frente a las posibles tasas a reservas extranjeras, Europa debe diversificar sus propias reservas y crear mecanismos para que las instituciones financieras europeas estén menos expuestas a sanciones extraterritoriales. El desarrollo de sistemas de pago alternativos garantizará que el comercio europeo pueda continuar incluso bajo presiones externas. 

La vinculación entre comercio y seguridad nos obliga a reducir dependencias críticas en sectores estratégicos. Debemos desarrollar capacidades productivas europeas en tecnología, energía y defensa, sin caer en la trampa de intentar producirlo todo localmente. Las compras conjuntas de equipamiento militar y el desarrollo de proyectos europeos de defensa no son ya sólo una conveniencia, sino una necesidad estratégica. 

En este sentido, Europa necesita urgentemente asumir una política de seguridad y defensa verdaderamente propia y autónoma. La excesiva dependencia del paraguas de la OTAN y, por ende, de Estados Unidos, condiciona nuestra capacidad negociadora en múltiples ámbitos, desde el comercio hasta la política energética. La reciente evolución de la política exterior estadounidense demuestra que los intereses europeos y americanos no siempre coinciden, y Europa debe estar preparada para defender los suyos con determinación. 

El desarrollo de una capacidad militar europea conjunta —desde la investigación y desarrollo hasta la producción e integración operativa— no solo fortalecería nuestra autonomía estratégica, sino que eliminaría un importante punto de presión en negociaciones comerciales y geopolíticas. La fragmentación actual de las fuerzas armadas europeas genera ineficiencias que nos cuestan hasta 100.000 millones de euros anuales según estimaciones de la propia Comisión Europea. 

Esta autonomía defensiva debe complementarse con una clara definición de los intereses estratégicos europeos, independientes de los de nuestros aliados, y con mecanismos de toma de decisiones que permitan actuar con rapidez y determinación cuando sea necesario. Solo así Europa podrá negociar en pie de igualdad con otras potencias mundiales sin verse condicionada por vulnerabilidades en el ámbito de la seguridad. 

Al mismo tiempo, Europa debe diversificar sus relaciones comerciales para reducir dependencias excesivas de cualquier socio, ya sea Estados Unidos o China, creando nuevos vínculos con socios en Asia, Latinoamérica y África. El fomento de la extracción y procesamiento de materias primas críticas dentro de Europa, junto con alianzas estratégicas con países ricos en recursos, reducirá vulnerabilidades sin sacrificar la eficiencia económica. 

Libertad como motor de prosperidad 

Europa debe abrazar una visión de prosperidad basada en la libertad económica y la autonomía estratégica inteligente. Para competir en un mundo cada vez más incierto y complejo, debemos equilibrar estos dos principios de forma pragmática y decidida. 
La libertad económica debe ser el motor que impulse nuestra prosperidad, fomentando la inversión, reduciendo las barreras internas y promoviendo una economía abierta y competitiva. La evidencia es clara: existe una fuerte relación positiva entre la libertad económica y la prosperidad. Países como Suiza y Singapur, que encabezan los rankings de libertad económica, han logrado un PIB per cápita un 40% y 35% superior al promedio de la UE, respectivamente. Incluso Irlanda, dentro de nuestro propio bloque, ha conseguido un crecimiento económico espectacular y un PIB per cápita un 120% superior al promedio europeo gracias a políticas que fomentan la inversión y reducen las barreras regulatorias. 

A la par, la autonomía estratégica debe garantizar que sectores clave —como la energía, la tecnología y la defensa— no queden supeditados a decisiones de terceros países que comprometan nuestra seguridad o estabilidad. El nuevo instrumento anticoerción de la UE nos permite responder a políticas económicas coercitivas de forma selectiva y proporcional, sin necesidad de recurrir a aranceles generalizados que principalmente perjudicarían a nuestros propios ciudadanos. 

Este equilibrio entre libertad y autonomía no significa caer en el proteccionismo ni abandonar nuestras alianzas, sino fortalecer nuestra capacidad de decisión en áreas críticas mientras mantenemos un entorno económico flexible y competitivo. Para ello, Europa debe apostar por políticas que promuevan el emprendimiento, la innovación y el liderazgo tecnológico, asegurando al mismo tiempo el acceso a recursos esenciales mediante acuerdos estratégicos y producción propia cuando sea necesario. 

Europa no necesita copiar el proteccionismo de otros; puede liderar demostrando que la libertad económica y la estrategia inteligente generan más prosperidad que las barreras comerciales. En un mundo que parece girar hacia la confrontación, podemos mostrar un camino alternativo más prometedor. 

Esta es la Europa que queremos: fuerte, autónoma, abierta al mundo y capaz de liderar con el ejemplo. Una Europa desregulada, estratégicamente autónoma y competitiva no solo prosperará en el entorno global, sino que definirá el estándar del siglo XXI, combinando crecimiento económico, justicia social y sostenibilidad ambiental sin sacrificar ninguno de estos objetivos en el altar de la ideología.