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El arte escondido tras la devoción

Hace una semana saltaba la polémica en redes sociales sobre si nuestra Semana Santa...
Cristo del Amor de Astorga.
Cristo del Amor de Astorga.

Hace una semana saltaba la polémica en redes sociales sobre si nuestra Semana Santa se está desvirtuando por el hecho de que el público aplauda durante los cortejos procesionales, llegándose a afirmar que el comportamiento de los sevillanos, durante estos actos, es más ejemplar que el nuestro. Dejando a un lado estas comparaciones absurdas y que nada aportan a los días venideros, me gustaría que tras leer este artículo el lector valorizase algo más la pasión legionense.

Más allá de la calidad de nuestras tallas (algunas con más de cinco siglos de antigüedad), del alto nivel de las formaciones musicales que endulzan las calles, de los escaparates que se esmeran por anticipar el ambiente, de las túnicas y mantillas que pasan de generación en generación, los dulces o la limonada, hay un detalle que pasa desapercibido y del que nadie habla, y que a mí, como buena papona de acera, me ofende: y es que en León, la decoración de los pasos no solo se hace con flores sino también con frutas y hortalizas, un rasgo muy peculiar de nuestra provincia. 

El uso de las flores y la fruta como elemento ornamental por su alto simbolismo ha estado ligado a todas las civilizaciones históricas, por ejemplo, en la Antigua Grecia y Roma, asociaban las frutas a la hospitalidad. Ya en la Edad Media se utilizaron sobre todo las uvas y el trigo, es decir, el pan y el vino sagrados, que los encontramos en los capiteles de San Isidoro o en el calendario agrícola del Panteón de los Reyes Leoneses del mismo templo; y en la Edad Moderna, las frutas se utilizaron en guirnaldas, como las que decoran la fachada del Convento de San Marcos. Pero, es a partir de finales de los años setenta cuando esta tradición ha pasado a formar parte de la personalidad de los pasos leoneses, donde las flores no suponen un campo liso sino que rebosan por fuera de los tronos, y para hacerlos más ricos, tres cofradías leonesas innovaron añadiendo frutas. 

Uno de los pasos donde encontramos esta innovadora decoración es en el Ecce Homo de la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno, que luce un gran frutero central, que aunque reducido con el tiempo, sigue llamando la atención de los leoneses. Además, como el exorno floral cambia cada año, las frutas deben ir combinadas en color con ellas y ser muy variadas, por ejemplo, encontramos: papayas, piñas, plátanos o romanesco, símbolos de la abundancia y regeneración, y en este caso también, los excesos de Roma. 

Asimismo, Nuestro Padre Jesús Nazareno ha llevado en sus guirnaldas uvas, alcachofas o pimientos para simbolizar pasión, esperanza y prosperidad, como cuando en 2011 procesionó ante Benedicto XVI por las calles de Madrid, y probablemente también los lleve de nuevo este mes de mayo en Roma. De esta decoración también participa Nuestra Madre Dolorosa con fresas como símbolo de la pureza, limones símbolo del dolor, amargura y muerte, o granadas como símbolo de la vida eterna. 

A esta tradición del adorno frutal se suman varios pasos de la Cofradía del Cristo del Gran Poder, como el Cristo Despojado, Virgen de los Reyes, Cristo y Virgen del Gran Poder; pero es en La expulsión del Templo, donde se hace de forma más evidente y ostentosa para mostrar las ofrendas que se hacían en el Templo de Jerusalén, en el que encontramos fresas, limones, pimientos, y también nuevos simbolismos: la naranja como la adoración, la manzana como rejuvenecimiento y la mazorca de maíz como el ciclo de la vida y la muerte. Este tipo de ornamentación se viene utilizando desde la incorporación del escultor, siempre tan innovador, Melchor Gutiérrez como responsable del adorno floral de la Cofradía en 2011, pero ya había colaborado años atrás con este tipo de adorno en otras cofradías. 

Asimismo, esta peculiaridad ornamental la encontramos en otras partes de nuestra provincia, como Astorga, donde contamos con la Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén. En este caso, con el fin de buscar una identidad propia y enfoque diferente, varios hermanos de la Junta recorrieron diversas ciudades en busca de inspiración y se decidió implementar esta idea. Es en 1996 cuando al paso de la Entrada Triunfal en Jerusalén se añade a la palmera unas ramas de dátiles, símbolo de fortaleza y paz relacionado con el Pueblo de Israel. Años más tarde, en 2018, como el adorno frutal ya forma parte de la seña de identidad de la cofradía, se decide que el Cristo del Amor y del Perdón, que este año cumple su trigésimo aniversario, también lo luzca. Aquí, encontramos gran variedad de frutas, pero queremos destacar la sandía cuyo significado se relaciona con la curación. 

Detrás de todos estos adornos se encuentran personas como Luis Ángel Ruiz Serrano y los grupos de montaje de las cofradías, que tras una labor de numerosas horas, esfuerzo y creatividad, consiguen que cada pieza de fruta cargada de colores vibrantes impacte en el espectador, mientras que su temporalidad recuerda la fragilidad de la existencia humana. Un contraste perfecto entre la vida de la naturaleza y el sacrificio que conmemora nuestra Semana Santa. 

En un tiempo en el que muchas veces nos centramos en lo que es más visible o conocido, es crucial que, como sociedad, pongamos en valor estos detalles que, aunque a menudo pasan desapercibidos, forman parte de nuestra identidad y patrimonio cultural. Por ello, pido a todos los papones de acera que este año hagan un esfuerzo por mirar más allá de lo evidente, y reconozcamos el arte y el trabajo que se esconde detrás de cada flor, cada fruto y cada adorno que engalana nuestros pasos. Es una forma de preservar lo que nos hace únicos y de rendir homenaje a la tradición que nos une.